¿QUé VIENE DESPUéS?

La mayoría de los electores pasa más tiempo jugando con su celular que leyendo textos políticos. Se relacionan directamente entre ellos, viven en la posverdad. Este término se puso de moda con el estilo Trump de hacer política con un discurso en el que la objetividad perdió terreno frente a la subjetividad.

A. C. Grayling en The Heart of Things: Applying Philosophy to the 21st Century analiza el concepto para explicar  la sensación anti-establishment que catapultó a Trump a la presidencia de EE.UU. e hizo ganar al Brexit en el Reino Unido. La posverdad funciona cuando “los hechos objetivos tienen menos influencia en definir la opinión pública, que los que apelan a la emoción y a las creencias personales”.

Grayling dice que después de la crisis financiera de 2008 la política es percibida como causante de un “tóxico” crecimiento de la desigualdad de ingresos, particularmente por la clase media, que se siente cada vez más relegada. Esta disconformidad y resentimiento hacen fácil instalar emociones contrarias al establishment.

En las redes sociales un mensaje sensible y llamativo, aunque sea falso, puede acallar cualquier evidencia. La idea de que “mi sensación vale más que los hechos y las razones” se refuerza porque es fácil publicar una opinión y encontrarse con otros que la comparten. Según el autor, “todo lo que necesitas ahora es un iPhone”. Si no estás de acuerdo conmigo, me estás atacando personalmente, sin importar las ideas que discutimos. La cultura online no puede distinguir entre realidad y ficción, unos pocos reclamos en Twitter tienen más peso que los argumentos de una biblioteca.

Las ideas de Grayling se refuerzan con las de Nicholas Carr, en su texto Shallows: What the Internet is doing to our brains, en el que critica el efecto de la internet sobre nuestro cerebro, cuando daña nuestra capacidad de concentración y pensamiento.

Carr analiza la forma en que funciona la red, cómo leemos su contenido, conduciéndonos a una cultura superficial, cuando con el uso de la red, los usuarios se quedan solo con la información más rápida y sencilla que pueden obtener.

La nueva política que funciona en la sociedad hiperconectada se expresa de diversas maneras en cada país y muta a la velocidad con que se desarrolla la tecnología. La innovación de los casetes tiene tanta actualidad y dura tanto como la comunicación de los políticos, que es reemplazada rápidamente por nuevas posibilidades que la dejan obsoleta.

Este es un torbellino imparable, cada vez más vertiginoso, cuando ocurren eventos que marcan el descalabro de la política tradicional, no hay vuelta atrás. Después del triunfo de AMLO en 2018 es difícil que vuelvan a controlar México el PRI y el PAN; cuando acabe la dictadura venezolana no resucitarán COPEI y AD; después de Lula, el PSDB, el PMDB y el Partido de los Trabajadores no volverán a ser  los protagonistas de la política brasileña.

Todos los cambios importantes de la historia son graduales, no son fruto de que algún iluminado tiene una ocurrencia y todos lo siguen inmediatamente. Los países grandes que se ubican en Norteamérica han experimentado estas transformaciones dentro de una cultura política que comparten. Canadá, Estados Unidos y México han experimentado una democracia estable durante más de cien años, en la que sus mandatarios se han hecho cargo del poder y han terminado su mandato en tiempo y forma, de acuerdo a las normas legales. Tienen economías enormes, un poder descentralizado, respetan las instituciones. No hay otra forma de que conserven su poder en los distintos órdenes de la vida. Son potencias científicas y culturales en las que los estados que las componen tienen vida propia.

Justin Trudeau es primer ministro de Canadá desde 2015, fue uno de los nuevos políticos que irrumpieron en el escenario internacional, con Emmanuel Macron y Mauricio Macri. En Estados Unidos Donald Trump es el político que encabeza esta nueva forma de hacer política. Ganó las elecciones a Hilary Clinton y tiene buenas posibilidades de volver al poder en las elecciones de este año. En México Andrés Manuel López Obrador destruyó el orden político tradicional hegemonizado por el PRI, el PAN y el PRD. Su extraordinaria popularidad, que se mantiene después de cinco años en el gobierno, hace muy probable el triunfo de su candidata Claudia Sheinbaum en las próximas elecciones. Analizaremos a fondo las perspectivas electorales de estos dos países próximamente.

Están en el otro extremo los países del ALBA, Nicaragua, Venezuela, Bolivia, Antigua y Barbuda, San Cristóbal y Nieves, San Vicente y las Granadinas, Grenada y Dominica y los escombros de Cuba. Además de las dictaduras militares del Caribe lo integran algunas islas y atolones con categoría de países, que sirvieron de refugio a piratas y bucaneros en el pasado, financiadas por los militares venezolanos. Las fuerzas armadas de algunos de estos países son más pequeñas que la dotación policial de un municipio de Buenos Aires.

En América del Sur los partidos del siglo pasado desaparecieron en Venezuela, Ecuador, Perú, Bolivia, Chile, colapsaron en Brasil y Argentina, se mantienen todavía en Paraguay y Uruguay.

Después del gobierno de Milei, sea que tenga éxito o que le vaya mal, no volverán el peronismo de siempre y Juntos por el Cambio. Tampoco quienes fueron sus dirigentes, si mantienen actitudes que fueron rechazadas por la mayoría, y causaron el triunfo de Milei. La reiteración de la vieja política solo ayuda al gobierno actual y cierra los horizontes para quienes quieren construir una alternativa.

La presencia del tren fantasma en el escenario de la mayor manifestación de protesta ocurrida en Argentina en muchas décadas constituyó una ayuda maravillosa para el gobierno. Pocos de los asistentes habrían concurrido a una movilización convocada por los desvencijados oradores que hicieron uso de la palabra. Nadie que estaba en casa habría salido apresuradamente a unirse a la manifestación en la que hablaba un líder al que sigue.

La intervención de Cristina tuvo el mismo efecto. Pocos oyen lo que dice, pero todos miran un viejo espectáculo que se ha vuelto desagradable. Pudo tener sentido en otro tiempo, tal vez sería menos tóxico pronunciado en otro momento, pero es ahora un símbolo fresco de lo que rechazan los que votaron por Milei. Su sola presencia hace que quienes podían abandonar al gobierno sientan nuevamente que merece una oportunidad. Si logra la unidad del peronismo, dará un nuevo apoyo a Milei.

Pasó algo semejante con declaraciones y propagandas de otros líderes opositores. Si no entienden que para mantenerse en el escenario necesitan cambiar en serio, están condenados al retiro. En la mayoría de países en que ocurrieron estos fenómenos, caducaron los partidos y los dirigentes. Después de Milei solo tendrán espacio quienes puedan afrontar el reto del cambio.

Esto no significa que el gobierno de Milei no tenga problemas. Mantiene una buena evaluación, que sin embargo es inferior a la que tenían a los cuatro meses de gobierno Alberto Fernández, Mauricio Macri y Cristina Fernández. Con la excepción de López Obrador, todos los presidentes elegidos después de la pandemia han sido bien evaluados durante su primer año y luego se desplomaron.

Los cambios que impulsa Milei servirán si consiguen que llegue la inversión y la economía mejore. La adhesión política a Estados Unidos no es suficiente para lograr este fin. En un país que no tiene empresas estatales dependemos del comportamiento de los empresarios. Su comportamiento no se produce por posiciones ideológicas, que pueden divertirles, pero no aseguran sus inversiones.

Según la CEPAL la inversión privada directa en América Latina aumentó un 55,2% en 2022. El dinero fue a países gobernados por lo que Milei llama izquierda: el Brasil de Lula recibió un 41% del total, seguido del México de AMLO con 17%, el Chile de Boric con 9%, la Colombia de Petro con 8%, la Argentina de los Fernández con 7% y Perú con 5%. El informe señala que los principales inversores vivieron de Estados Unidos y la Unión Europea. Actualmente América Latina representa solo un 9% de la inversión extranjera a nivel mundial, lejos del 14% que llegó a alcanzar en 2014.

Los inversores están interesados en la estabilidad. Los países relativamente pacíficos como Panamá y Uruguay son más atractivos que aquellos en los que políticos y organizaciones sociales protagonizan grandes conflictos. Ecuador, un país polarizado, en el que sin embargo casi todos lo políticos se dedican a perseguirse entre sí, es el país que menos inversión atrajo en el continente.

La búsqueda de sensatez y sentido común, que aleje al conflicto, puede hacer que Argentina no atraiga inversiones, aunque logre reformas económicas importantes. Los inversores aprecian el respeto a las normas y la sensatez.

Una de las metas que se ha puesto el Gobierno es la de eliminar el déficit fiscal. Hay consenso en que esta es una medida saludable para el país. Tengo poco entusiasmo por discutir las teorías de cualquier disciplina, pero analizo datos objetivos de la realidad para comprarlos y orientarme. En la información disponible se constata que son muy pocos los países del mundo que tienen déficit cero. Los más conocidos son Dinamarca, Luxemburgo y Brunei. Las grandes economías como Estados Unidos y Japón tienen un déficit enorme.  ¿Será que si el Gobierno consigue que lleguemos al déficit cero lloverán las inversiones?

*Profesor de la GWU. Miembro del Club Político Argentino.

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