LIDERAZGOS EXPLOSIVOS

Latinoamérica está en cortocircuito. Pero no son crisis entre estados, sino entre presidentes. Y esa fiebre de estridencias presidenciales revela otro rasgo de esta etapa de la historia: las sociedades supuran liderazgos personalistas, cuya popularidad es directamente proporcional a sus desmesuras retóricas y sus acciones anti-institucionales.En el siglo 20, a la institucionalidad la rompían los golpes de Estado. A esta altura del siglo 21, la empiezan a romper liderazgos surgidos en las urnas. Eso altera las leyes gravitatorias de la democracia.

Lo normal habría sido que la popularidad de Daniel Noboa se desplome tras el estropicio que cometió al ordenar la toma por asalto de la embajada mexicana. Sin embargo, en estos tiempos de física política alterada, esa violación brutal de reglas internacionales elevó al setenta por ciento el respaldo popular al presidente ecuatoriano.Javier Milei tiene dos polos emocionales absolutamente opuestos a la hora de tratar con figuras internacionales: o les vomita insultos y acusaciones desmesuradas, como hizo recientemente con Gustavo Petro y antes con el Papa y con Lula entre otros, o se arroja a sus brazos con elogios más cercanos al cholulismo de un fan que al equilibrado aplomo de un presidente, como evidenció al cruzarse con Trump y al visitar a Elon Musk.

Los dos polos son negativos, aunque, por cierto, mucho más problemático que sus desbordes de adulación, es la incontinencia de Milei a la hora de deplorar y demonizar a personalidades y líderes que no le simpatizan. El choque de Gabriel Boric con Nicolás Maduro está en otro plano. Por un lado, el régimen venezolano no es una democracia y por ende el poder de sus líderes se mueve con otras reglas gravitatorias. Por otro lado porque el presidente chileno tiene toda la razón al repudiar el cínico desconocimiento de la regionalizada mafia llamada Tren de Aragua, nacida y basada en Venezuela pero con tentáculos que llegan hasta Chile. Y también tiene toda la razón Boric al responsabilizar al régimen de Maduro por el secuestro y asesinato de un disidente venezolano que estaba asilado en el país trasandino.

El accionar criminal del poder chavista está trascendiendo las fronteras de Venezuela, como en la segunda mitad del siglo 20 hicieron las criminales dictaduras de Bolivia, Chile, Brasil, Paraguay y Argentina, y como hace en la actualidad el autócrata ruso Vladimir Putin con disidentes y enemigos.

En el brote sicótico que convulsiona la política latinoamericana en estos meses, sobresale el choque entre los presidentes de México y Ecuador. Por cierto, nada justifica el paso que dio Daniel Noboa al asaltar la embajada mexicana para capturar al ex vicepresidente Jorge Glas. Aún así, es necesario formular ciertas preguntas.Con Andrés Manuel López Obrador (AMLO) en la presidencia ¿México se atiene a su tradición de conceder asilo político a todos los perseguidos, o en algunos casos va más allá de esa tradición?

¿Si Rafael Correa hubiese estado en Ecuador y no en Bélgica, donde puede residir por estar casado con una belga, el ex presidente ecuatoriano habría pedido asilo a México cuando lo acusaron por los sobornos de Odebrecht y por otros casos de corrupción? Indudablemente, a pesar del peso de las pruebas en su contra, AMLO le habría concedido ese asilo como se lo concedió a Evo Morales cuando huyó despavorido ante el último levantamiento golpista en Bolivia y como se lo otorgó a Jorge Glas. Pero… ¿habría actuado igual si al asilo se lo pedía Luis Fernando Camacho, el ultraconservador que gobernó Santa Cruz de la Sierra hasta que lo encarcelaron? ¿habría dado AMLO asilo político a Guillermo Lasso, si el ex presidente centroderechista de Ecuador hubiera sido condenado y antes de ser apresado se hubiera refugiado en la embajada mexicana? ¿Se lo habría otorgado a Lenin Moreno, el presidente que cambió de bando, se hizo anti-correista y permitió que la Justicia ecuatoriana juzgue y encarcele a quien en ese momento era su vicepresidente?

Lo seguro es que el presidente de México no decidió dar asilo a Glas tras evaluar detenidamente y en profundidad su situación, llegando a la conclusión de que es un perseguido político y que las condenas por corrupción son el arma de un lawfare contra todo el correísmo. Decidió darle asilo a Glas porque es un allegado político, igual que Evo Morales.

Posiblemente, México violó también la norma internacional al darle asilo político a Jorge Glas. La Convención de Viena de 1961, que establece la inviolabilidad de las sedes diplomáticas considerándolas territorio del país representado en ellas, se basa en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Ese documento adoptado por Naciones Unidas en 1948, explicita claramente dos puntos en su artículo 14, donde establece el derecho de asilo. Un punto señala que el asilo debe ser concedido a toda persona que sufra persecución por razones políticas, raciales, religiosas etcétera. El otro punto clave de ese artículo establece que no puede concederse asilo a una persona que la justicia persigue por haber cometido delitos.

Es posible que el presidente de México también haya violado la Convención de Viena, otorgando un asilo que no correspondía. No sorprendería de AMLO, quien tiene buenos resultados internos pero ejerce un politizado vedetismo a nivel regional que lo hizo romper otra valiosa tradición política mexicana: la no injerencia en los asuntos internos de otros países. Muchas de los pronunciamientos de López Obrador implican injerencia indebida. Pero nada de eso justifica la gravedad del estropicio cometido por el gobierno de Ecuador. Si México violó primero la legislación internacional acogiendo a Glas en su embajada, el gobierno de Ecuador debió actuar desde las reglas vigentes contra esa situación. Pero lo que hizo su presidente fue patear el tablero.Jugando con la regla del momento para obtener masivo respaldo popular, el presidente Daniel Noboa se paró groseramente sobre las instituciones y posó de “macho recio” de la política.

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