LA PALABRA INABARCABLE

Una biblioteca bien conservada sirve como retrato biográfico y bibliográfico, así como registro de las costumbres de un autor: los libros llevan marcas de nuestros hábitos. Dicen, por ejemplo, que Samuel Johnson era descuidado con los libros, y que los usaba para apoyar el tazón de sopa (quemaduras en círculos perfectos verifican esto). O Sarmiento, que según Lugones sacrificaba sus libros por estar siempre apurado: los rayaba desprolijamente, los partía, o los usaba para apagar velas; trazos observables, cicatrices de los libros preservados. Si carecen de marcas, puede que hablemos de un lector pasivo, o un mero coleccionista.

Una de las múltiples facetas que encarna Fernando Pessoa es la del escritor trabajando entre libros en su atelier. Gran parte de su biblioteca privada exhibe marginalia (anotaciones en los márgenes u otras partes de un libro), revelando así una práctica de lectura-escritura. “Salvo la ficción detectivesca, Pessoa solía leer de forma activa, con un instrumento de escritura en mano, dejando en sus libros apreciaciones literarias, poemas, traducciones, apuntes…”, me cuenta Patricio Ferrari, poeta, traductor, y editor cuya fascinación por Pessoa lo llevó a cambiar París por Lisboa. Ahí, ahondó en la obra poética de Pessoa, doctorándose en Lingüística, con una disertación sobre la prosodia de la poesía trilingüe del creador de los heterónimos. “Solemos llamar genio a un logro humano que no conseguimos explicar totalmente de manera racional. Basta con entrar en el archivo de Pessoa, conservado en la Biblioteca Nacional de Portugal, o tomar alguno de los centenares de libros anotados en su biblioteca particular, para comprender que la dedicación y el trabajo no fueron ajenos a sus más de tres décadas de producción literaria”. Lectura activa entre lenguas (portugués, inglés, y francés), subrayados y apuntes múltiples que, en opinión de Ferrari, “revelan no solo la seriedad y convicción de Pessoa por una existencia dedicada a la literatura, sino también la amplia paleta de intereses intelectuales que cultivó a lo largo de su vida”. 

Cuando Pessoa necesitaba más espacio que los márgenes, seguía escribiendo en distintos tipos de papel; cubiertas de libros, membretes, facturas, sobres usados, lo que fuera, y esto hace que la biblioteca privada sea también considerada un archivo. Por eso, Jerónimo Pizarro (editor, crítico literario, y profesor universitario) afirma que más que una obra prolífica, podemos hablar de una “producción prolífica, ya que lo que sea o no ‘obra’ depende de nosotros, los lectores y editores, a medida que la construimos”.  

Jerónimo es responsable por la mayor parte de las nuevas ediciones de textos de Pessoa publicadas en Portugal desde 2006, y es quien volvió a abrir las arcas pessoanas y redescubrió la Biblioteca Particular de Fernando Pessoa. Junto con Patricio Ferrari y Antonio Cardiello, y con la ayuda de decenas de jóvenes investigadores, Pizarro codirigió el proyecto de digitalización de la biblioteca privada de Pessoa. Digitalizaron cada una de las páginas de cada libro de la biblioteca conservada en Campo de Ourique, última residencia de Pessoa, donde vivió entre 1920 y 1935. La Casa Fernando Pessoa, hoy museo y biblioteca, abrió sus puertas en 1993, y el esfuerzo colectivo de digitalización ha estado disponible en línea desde octubre de 2010. 

“Aquella producción prolífica es la base del iceberg; la punta es lo que Pessoa publicó en vida: unos poemas ingleses en forma de folletos, un libro de cuarenta y cuatro poemas y numerosos textos sueltos en revistas y periódicos” me dice Pizarro. “Digamos, quinientos textos en treinta y cinco años (1900-1935); casi uno por mes. Es mucho, pero el archivo contiene unas 30 mil hojas, y algunas tienen más de un texto; en principio, el archivo es quinientas veces mayor que lo publicado en vida”.

Es un mar de papeles que desborda las arcas, y no es casualidad que la misma producción artística de Pessoa sea también ilimitada. Pessoa es un poeta múltiple, plural como el universo, un poeta que contiene multitudes: “Não sou nada./ Nunca serei nada./ Não posso querer ser nada./ À parte isso, tenho em mim todos os sonhos do mundo.” 

Ferrari todavía se acuerda de la tarde de invierno, cuando vivía y estudiaba en París hace como veinte años, en que leyó esos mismos versos pertenecientes a “Tabacaria”, uno de los poemas más memorables de Álvaro de Campos, el heterónimo de la modernidad. Paso siguiente, Patricio hizo las valijas: “con mis deudas, algunos libros, los sacos de mi tío y un pasaje de bus sin regreso en dirección a Lisboa”. 

Pero cuando Pessoa murió en el otoño de 1935 en Lisboa, muy poca gente en Portugal sabía lo que estaban perdiendo: uno de los corpus literarios más ricos y extraños producidos en cualquier siglo. Pessoa vivía para escribir y aspiraba a la inmortalidad literaria; absorbía el mundo silenciosamente, y dentro suyo las voces formaban constelaciones literarias que decantarían en una escritura incasable, como si fuera una galaxia en expansión constante que supera los límites de país, género, idioma, y también, de identidad, del yo que desecha su propia subjetividad. 

Su biblioteca es una colección compuesta por libros de todas las categorías del sistema de Clasificación Decimal Universal (Matemáticas, Ciencias Naturales, Ciencias Aplicadas, Medicina, Tecnología, Deporte, etc.). La clase ocho, correspondiente a Lingüística, Filología y Literatura, es la que cuenta con más títulos, lo que muestra la profunda inclinación de Pessoa hacia el estudio y la creación literaria. No nos sorprende, ya que gran parte de la obra de Pessoa está construida alrededor de una pregunta fundamental: ¿Qué es un autor, y cómo llega alguien a convertirse en uno? Para Pessoa, se trataba de aquello que emerge del contacto intenso con libros, que no eran solo fuentes de información: como dijimos, Pessoa leía creativamente y cualquier parte física del libro servía como para reflexionar y escribir. Por lo tanto, Pessoa trasladó ese mecanismo a sus heterónimos, que aparecerían en marzo de 1914, pocos antes del estallido de la Primera Guerra.

Y cuando hablamos de heterónimos, no nos referimos a seudónimos, sino a personas casi literalmente creadas con distintas biografías, horóscopos, firmas, formación u oficio, estilos, influencias... Por ejemplo Alberto Caeiro es un poeta ligado a la naturaleza; Ricardo Reis, un médico monárquico y pagano; Álvaro de Campos, el poeta sensacionista, un ingeniero naval admirador de la poesía inglesa. Como indica Ferrari: “Los heterónimos no solo se diferencian biográfica o temáticamente, sino también métrica y rítmicamente: si prestamos atención a la disposición de los poemas en la página, observamos que Pessoa los creó de manera diferente también en términos formales: en Campos, por ejemplo, los versos y los poemas tienden a ser más largos (vertical y horizontalmente) que en Reis, o que en Caeiro, cuyo estilo es más aforístico: “Bendito seja eu por tudo quanto não sei./ É isso tudo que verdadeiramente sou./ Goso tudo isso como quem está aqui ao sol.” 

Pero si hablamos de estilo, no podemos olvidar “El libro del desasosiego”, que tuvo dos fases, estilísticamente diversas, con dos figuras ficticias ligadas a él, Vicente Guedes (1913-1920) y Bernardo Soares (1930-1934). De ahí surge la extraordinaria particularidad de las anotaciones de Pessoa en sus lecturas en comparación a las de cualquier otro autor. Aunque autores como Pascal y Amiel, presentes en su biblioteca particular, aparecen en el “Libro del desasosiego”, la compleja pluralidad de Pessoa significó también que, antes de la eclosión heterónima, algunas de sus voces ficticias poseyeran libros de su colección. Es decir, según el estilo y las tareas que Pessoa les asignaba, creó escritores-lectores que a su vez serían influenciados por dichos autores. 

Ferrari se dedicó, en parte, a estudiar el período precedente a los heterónimos; es decir, estilo poético e influencias de autores ficticios como Charles Robert Anon y Alexander Search. Me cuenta que Pessoa, siendo estudiante durante sus años en Durban (donde vivió desde los siete años hasta los diecisiete, cuando volvió a Lisboa en 1905), empezó a ensayar una serie de formas poéticas a través de preheterónimos (así llaman generalmente los críticos a las figuras creadas antes de los heterónimos). Uno de los casos que más le llamó la atención fue Charles Robert Anon, que escribía sonetos, odas, elegías, hasta el rondó y el epitafio. Se trata de una voz que Pessoa desarrolló a partir de los quince años, algo realmente extraordinario si tenemos en cuenta las influencias que denotaba y los metros de tres idiomas distintos que utilizaba (el pentámetro yámbico inglés, el decasílabo portugués, y el alejandrino francés). Este tal Anon fue lector, entre otros, de Thomas Chatterton, poeta amado por los románticos ingleses cuya fama se debe, en gran parte, a que escribió (siendo adolescente también él) unos poemas que atribuyó a Thomas Rowley, un monje del siglo XV de Bristol. 

Ahora bien, ¿por qué Pessoa elige a ese poeta inglés como influencia de Anon, y cómo sabemos que Anon lo “leyó”? Resulta que Chatterton estudió para poder componer en inglés medieval, y fabricó también un papel que parecía viejo para vender los manuscritos como si fueran originales. Necesitaba el dinero, aunque más tarde sería descubierto. “Es decir”, me explica Ferrari, “con tan solo quince o dieciséis años, Pessoa encontró a un autor que hizo algo ingeniosamente diferente a adoptar un mero seudónimo, y su reacción fue convertir entonces a Anon en el dueño de “The Poetical Works of Thomas Chatterton” –que está en la biblioteca personal de Pessoa–, colocándole el sello ‘C.R. Anon’” en la hoja de guarda.

Todavía resta mucho por transcribir, editar y estudiar del Pessoa exofónico (el que escribe en una lengua que no es la materna). Además de su portugués nativo, Pessoa escribió prosa y poesía en inglés y francés, como este comienzo de un soneto con fecha del 19 de agosto de 1917, absolutamente inédito, que me comparte Ferrari directo desde el archivo: “One thing I will; another, God wills mine./ Unto one point I tend & elsewhere move [Una cosa deseo; otra, Dios para mí./ Hacia un punto tiendo y es a otro que llego].

Ahí está la grandeza de Pessoa, y la dificultad para “conocerlo” del todo: si uno se dispone a investigar o editar las obras completas de Pessoa, esas voces nos terminan trasladando al estudio de aquellas otras personas con existencias igualmente ilimitadas, con diferencias incluso en el plano técnico de la escritura. 

“Esa inabarcabilidad” comenta, por otro lado, Pizarro, “para los que se ocupan de trabajar con el archivo de Pessoa, se potencia en un abismo que atrae con fuerza magnética, o una masa que reúne grandes energías”. Estamos hablando de más de 30 mil documentos; más de 1.300 títulos de la biblioteca personal; las biografías; la bibliografía de Pessoa y sobre Pessoa. “Y lo que hace realmente complejo editar a Pessoa es una serie de motivos que se parece a una lista de reclamos” agrega el editor, “como la letra, tan difícil de leer en ocasiones; la fragmentariedad de los proyectos, que permiten ‘jugar’ con el archivo como con un caleidoscopio; los idiomas, que son al menos tres ; las atribuciones, en medio de unos 136 autores ficticios [nota al margen para “Yo soy una antología. 136 autores ficticios”, publicado por Pre-Textos y editado junto a Patricio Ferrari, disponible en la Feria del Libro]; las incontables variantes textuales, desplazamientos, vacíos y reescrituras; la datación, para no tomar, por ejemplo, un texto tardío por uno de los primeros años; y un largo etcétera”. 

Inabarcabilidad que por momentos, sobrepasaba al mismo Pessoa, ya que el volumen de inéditos en los baúles aumentaba diariamente. Esos papeles, hoy, echan luz sobre el oficio de escritor de Pessoa. Para Pizarro, “todo lo que quedó para la posteridad, incluyendo el ‘Libro del desasosiego,’ prueba que Pessoa tenía una innegociable necesidad de escribir que a veces él mismo describió como una debilidad o cobardía, pero no una necesidad agónica de publicar ni de publicitarse. Me gusta la forma como se designa al final de su vida; no como un ‘escritor’, sino como un ‘corresponsal extranjero de casas comerciales’. ¿Escribía? Claro que sí, y las cuentas dirían que unos tres textos por día”.

Actualmente, solo un puñado de personas lo editan, muchas lo estudian, y sus lectores se multiplican día a día. Pizarro y Ferrari buscan contribuir a la internalización de la obra pessoana, a que se la conozca más a fondo y en más lugares, traduciendo, investigando, revolviendo los baúles, conferenciando, editando revistas académicas, programando traducciones en cada continente. Y existe cierta lógica a la hora de llevar a cabo todo esto: “Por ejemplo, lo que Tinta-da-china publica en Lisboa, luego, en principio, lo vuelve a sacar, tras una revisión, Tinta-da-china Brasil, en Sao Paulo. El núcleo han sido cinco libros (‘Desasosiego’, ‘Yo soy una antología’, ‘Caeiro, Campos y Reis’) y esos son el proyecto de New Directions en Nueva York, y Pre-Textos en Valencia”, me explica cuidadosamente Pizarro. “A veces el libro que brilla es’ Desasosiego’, y entonces lo vemos en una edición de Tragaluz, Bid & Co, Pre-Textos, o Alma; o una edición china publicada por Yazhong & Beijing United Publishing Company, u otras en Europa. Existen desafíos puntuales y de tiempo” concluye Jerónimo, “pero lo que queda siempre es del orden de la felicidad, porque Pessoa existe en sus lectores”.

Por otro lado, desde 2017, Ferrari cotraduce a Pessoa para New Directions junto a Margaret Jull Costa. “Ya hemos publicado en inglés las obras completas de Alberto Caeiro y de Álvaro de Campos, y en este momento estamos cerrando la de Ricardo Reis”, comenta Patricio, que luego agrega: “Todas las ediciones que he realizado en el original, críticas y anotadas con amplias introducciones o de orden más de divulgación, las ha realizado en colaboración: Jerónimo Pizarro, Antonio Cardiello, Claudia Fischer, Patrick Quillier, Filipa de Freitas. Me considero un facilitador en el descubrimiento de la obra de Pessoa, empeñado en revelar la complejidad de su mundo literario mediante un cuidadoso trabajo que requiere años, paciencia y, sin duda, pasión por la literatura y la labor en equipo”.

Pessoa hizo literatura hasta el último aliento. El 29 de noviembre de 1935, en una cama del Hospital Saint Louis des Français, escribió sus últimas palabras: “I know not what to-morrow will bring” [No sé qué traerá el mañana]. En la traducción de un epigrama de “Páladas de Alejandría”, que aparece en el primer volumen de la Antología griega preservado todavía en la biblioteca de Pessoa leemos el siguiente verso final, marcado a lápiz: “Today let me live well; none knows what may be tomorrow”. [Vivamos bien hoy; nadie sabe qué será mañana]. Es por eso que el Pessoa lector, así también como sus heterónimos escritores-lectores, son los que pueden revelarnos aspectos clave del multifacético sistema literario del poeta, aspectos que los manuscritos y la obra publicada, por sí solos, no alcanzan a explicar. La profusa marginalia de Pessoa conforma en sí misma un corpus, o fuerza un nuevo género, o subgénero literario, en que las cuestiones relativas a la ruptura y disrupción del sujeto, la autoría, la influencia literaria, y el establecimiento de un linaje, deben examinarse con nuevos instrumentos.

Esas últimas palabras de Pessoa ponen de manifiesto la vida consagrada a la literatura, una literatura que tuvo centenas de proyectos, y casi todos sin terminar. Proyectos a veces esbozados y a veces solo imaginados. No es alocado pensar que, de algún modo, como propone Pizarro, “al Pessoa que quedó podríamos sumar el Pessoa que habría podido quedar. Cuando terminemos de publicar las irrealizables ‘Obras completas’, tal vez podamos publicar un folleto, a modo de adenda, con todo lo que cruzó la cabeza de Pessoa y de lo cual existe solo un fugaz apunte”.

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